jueves, 21 de febrero de 2013

La Forastera




En los años 30 una mujer llegó al pueblo con sus dos hijas.
Aunque era  lo común por aquellos años que el marido no estuviese siempre habría señoras, en las plazas, en los patios de la iglesia y del colegio, que verían mal el hecho de que una mujer deambule sola con dos hijas y se encargarían de que todos lo vieran así.

Candelaria y sus hijas venían del otro lado, de los valles del Río de Santa Ana, a un día  de Cucho Ingenio.
La falta de trabajo en su pueblo, la ausencia de un hombre en la familia o simplemente el hambre las obligó a dejar su  querida Santa Ana, pueblo donde Candelaria había nacido, donde vivió, en el que amó y también aquel donde sufrió.

Modesto había prometido regresar y Candelaria  rogó a Dios que no se le fuera a morir sin antes saber en donde estaba o a donde se había ido. Ahora regresaba forastera y se encontraba abandonada sin más fuerzas que dos hijas que no hacían otra cosa que recordarle cuanto había amado. Con el recuerdo de ese amor endulzó sus labios. Con ese mismo recuerdo sació su hambre y del dolor que este le producía obtuvo el coraje para continuar sin renunciar al sueño de simplemente mirar a los ojos de Modesto y decir, gritar, gritar pude…pude hacerlo sin vos.