En los años 30 una mujer llegó al pueblo con sus dos hijas.
Aunque era lo común
por aquellos años que el marido no estuviese siempre habría señoras, en las
plazas, en los patios de la iglesia y del colegio, que verían mal el hecho de que
una mujer deambule sola con dos hijas y se encargarían de que todos lo vieran
así.
Candelaria y sus hijas venían del otro lado, de los valles
del Río de Santa Ana, a un día de Cucho
Ingenio.
La falta de trabajo en su pueblo, la ausencia de un hombre en
la familia o simplemente el hambre las obligó a dejar su querida Santa Ana, pueblo donde Candelaria
había nacido, donde vivió, en el que amó y también aquel donde sufrió.
Modesto había prometido regresar y Candelaria rogó a Dios que no se le fuera a morir sin
antes saber en donde estaba o a donde se había ido. Ahora regresaba forastera y
se encontraba abandonada sin más fuerzas que dos hijas que no hacían otra cosa
que recordarle cuanto había amado. Con el recuerdo de ese amor endulzó sus
labios. Con ese mismo recuerdo sació su hambre y del dolor que este le producía
obtuvo el coraje para continuar sin renunciar al sueño de simplemente mirar a
los ojos de Modesto y decir, gritar, gritar pude…pude hacerlo sin vos.
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